Sofía encontró un papel en la calle cuando iba
para el colegio, aquella mañana estaba corriendo para llegar temprano,
se detuvo un instante, tomó la carta en
sus manos y llegó, no se fijó
quienes estaban en la puerta, ella
siguió pensativa y con ganas de abrir el
escrito, entró, no recuerda que estaban revisando al ingreso, que parte
del uniforme estarían pidiendo, solo apuntó a entender que la neblina y muchas nubes estaban ya sobre
el patio, pero los colores, el título de “Día del idioma” muchos
estudiantes con bolsas, trajes, maquillaje, y salones abiertos fue lo que la entretuvo, ya las carteleras estaban
fijadas en las paredes. Todo estaba bonito.
-Sofía vas a ir
al concurso de ortografía, sube rápido, te
espero en el salón.
Desde el segundo
piso le dijo la profesora. Ella miro tímidamente, se fijó nuevamente en la
carta que había encontrado, en el escrito que le impulsaba a leerlo, pero
entonces muchas compañeras pasaban, la saludaban. Sofía sentía el brillante de
la ropa, el festejo del día del idioma,
las coplas aprendidas, las carteleras en oportunidades fijas y transparentes,
calladas y mudas, como esperando, silenciosas. Ese amanecer tenía el olor de la
cinta pegante, de las flores que estaban en la tarima.
-¡Su cartelera Sofía¡
la necesito a la entrada de la emisora.
Le dijo su docente de literatura.
Sofía seguía
entretenida con las demás carteleras, con el concurso de ortografía, con los
trajes que tenía Dora en bolsas negras,
ella había visto llegar a la profesora con dos paquetes bien amarrados, venía detrás de
ella y solo pensaba en su papel y qué
vendría allí, quería saber, escuchaba gritos, sentía música y hasta
ensayo de poemas.
Pasó
la primera hora y no entró a clases por estar mirando y leyendo todo lo que
decían en cada pared, estaba
percibiendo, mirando cada detalle, subió al segundo piso y allá
escuchó la voz de un hombre que decía:
-Desde la cuna...
a mi mare de mi alma
la quiero desde la cuna,
¡por Dios! no me la avasalles
que mare no hay más que una
y a ti te encontré en la calle.¯
a mi mare de mi alma
la quiero desde la cuna,
¡por Dios! no me la avasalles
que mare no hay más que una
y a ti te encontré en la calle.¯
Recordó que es la
última estrofa del poema “GLOSA A LA SOLEÁ”
de Rafael León y que su profesor de Castellano le había explicado hacia
unas semanas. Se acercó más a la puerta,
sintió la expresión, la declamación y el sentimiento del hombre que lo
entonaba, no reconoció la voz, solo se quedó escuchando todo el ensayo. De repente la puerta se abre y ella baja
corriendo las escaleras, entró aún salón
donde estaban unos niños disfrazados de animales y haciendo movimientos de cada
uno de estos. Allí se quedó un ratico, detrás de una silla.
-Ya estamos en
la segunda hora, a la tercera es la izada de bandera. Gritaron desde el pasillo
dos profesoras que insistían en apurar a
los chicos disfrazados.
Dos mujeres iban
pasando y subieron las escaleras, reconoció la voz de las docentes, ella salió y se fue al salón que estaba al
lado, allí tres estudiantes practicaban con entonación del español Ibérico una obra
de teatro, un chico que representaría el
Quijote y al día siguiente de Antonio
Nariño. Sofía es amiga de Osnaider, pero
en ese momento no le puede hablar del papel que se encontró en la calle, se
entretuvo viendo como practicaban y repetían, cada uno se desesperaba. Ella
solo quería escuchar y entender la obra, jamás quería ser Dulcinea.
Inició entonces
la fiesta de la palabra, la izada de bandera, todos los estudiantes estaban en
el patio, Sofía aún guardaba en su bolsillo el papel que encontró en la calle,
estuvo tranquila y escuchó atenta cada expresión, se hizo muy cerca de los actores que
interpretaban danzas referidas al
bicentenario, vivió la música, recordó
la vida de Rafael Pombo al
ver una alegoría de Rin Rin Renacuajo, el rostro de
los actores, el vestuario colorido, la
sensación de estar en el siglo XIX , la
música, el canto al bicentenario de Cundinamarca, los personajes entretenidos
que iban contando historias, la actuación en el escenario gigante.
Esa mañana hizo
sol y disfrutaron de obras de teatro que
mostraban el silencio y la atención, llegó un momento de concentración que
la voz silenció al público, la
declamación del profesor que estaba ensayando
aumentó más la celebración del día del idioma, todos aplaudieron al
escuchar las palabras “que mare no hay más que una y a ti te encontré en la calle” así finalizó
la poesía, pero ahora llegaba la danza, la expresión corporal de dos
jóvenes que Sofía disfrutaba al verlos, el ritmo con música caribeña, el de la
época actual al cambio de danzas del
ayer, las faldas voladoras, la sonrisa de siempre, la música y el baile
mostraban la alegría de la Fiesta de las Palabras, el día del idioma se
celebraba con entusiasmo y al paso de
los arlequines, esas máscaras que recuerdan el teatro, la búsqueda de perpetuar situaciones, la figura
lánguida del quijote pintada en las
carteleras, las miles de palabras colgadas en las paredes, todo eso ocurrió el
día del idioma y ella, abrazada ante la música, frente a la corporeidad y
elasticidad de Sebastián, ella se sintió exquisita ante el evento, sorprendida
y amante ahora más de las letras, ese día no pudo leer el papel que se encontró
en la calle, pero salió corriendo para la biblioteca a presentar el concurso de
ortografía, ahora estaba más serena, más tranquila y con los deseos de ganar.
Endri Martín
Torres Romero.
Magister en
Filosofía Latinoamericana.